Deshacerse de un refrigerador que ha dejado de funcionar es una tarea bastante complicada. Son aparatos grandes y pesados, y en general no basta con sacarlos a la calle y esperar que los recojan. Pero la cuestión se complica aun más si el ingenio en cuestión se encuentra a 320 kilómetros de altura, orbitando la Tierra.
En realidad, los ingenieros espaciales no sacan la basura a la calle. En lugar de eso, la arrojan por la escotilla más cercana y esperan que se queme inofensivamente antes de llegar al suelo, debido al calor que genera el roce con la atmósfera a altas velocidades. Siguiendo con un programa de la NASA, el astronauta Clayton Anderson, de la Estación Espacial Internacional, dejó “caer” (hace más o menos un año) un tanque de amoníaco de unos 650 kg. de peso, lleno de desperdicios. La decisión se tomó porque no había lugar para traerlo de regreso a bordo de la lanzadera espacial.
tanque en cuestión (y su apestoso relleno) describió órbitas cada vez más bajas a lo largo de 12 meses y finalmente, el pasado primero de noviembre, el roce con las capas superiores de la atmósfera hizo que se desplome a tierra sobre la costa australiana.
Afortunadamente, la reentrada tuvo lugar sobre el océano, y los pedazos de hasta 7 kilos de peso que sobrevivieron a la caída no lastimaron a nadie. El tanque se desintegró a unos 80 kilómetros de altura, y sus “pequeños pedazos” se convirtieron en una lluvia de escombros individuales.
Es “interesante” el hecho de que la NASA no dirigió su tanque a una región deshabitada, sino que cayó en ese lugar de forma totalmente azarosa. Tranquilamente podría haber caído en el centro de Madrid o sobre tu casa. De todos modos, si te hace ilusión que un trozo de basura espacial caiga en tu jardín, no debes perder la esperanza. La NASA estima que aproximadamente un millón de pequeñas piezas descartadas durante las misiones espaciales se encuentran en orbitas más o menos estables sobre nuestras cabezas, listas para caer cuando menos lo esperemos.
En realidad, los ingenieros espaciales no sacan la basura a la calle. En lugar de eso, la arrojan por la escotilla más cercana y esperan que se queme inofensivamente antes de llegar al suelo, debido al calor que genera el roce con la atmósfera a altas velocidades. Siguiendo con un programa de la NASA, el astronauta Clayton Anderson, de la Estación Espacial Internacional, dejó “caer” (hace más o menos un año) un tanque de amoníaco de unos 650 kg. de peso, lleno de desperdicios. La decisión se tomó porque no había lugar para traerlo de regreso a bordo de la lanzadera espacial.
tanque en cuestión (y su apestoso relleno) describió órbitas cada vez más bajas a lo largo de 12 meses y finalmente, el pasado primero de noviembre, el roce con las capas superiores de la atmósfera hizo que se desplome a tierra sobre la costa australiana.
Afortunadamente, la reentrada tuvo lugar sobre el océano, y los pedazos de hasta 7 kilos de peso que sobrevivieron a la caída no lastimaron a nadie. El tanque se desintegró a unos 80 kilómetros de altura, y sus “pequeños pedazos” se convirtieron en una lluvia de escombros individuales.
Es “interesante” el hecho de que la NASA no dirigió su tanque a una región deshabitada, sino que cayó en ese lugar de forma totalmente azarosa. Tranquilamente podría haber caído en el centro de Madrid o sobre tu casa. De todos modos, si te hace ilusión que un trozo de basura espacial caiga en tu jardín, no debes perder la esperanza. La NASA estima que aproximadamente un millón de pequeñas piezas descartadas durante las misiones espaciales se encuentran en orbitas más o menos estables sobre nuestras cabezas, listas para caer cuando menos lo esperemos.
Hay tuercas, tornillos, piezas de satélites (y satélites enteros), algunas herramientas y lo que la NASA describe como “desperdicios de los astronautas”, y que nuestra enfermiza mente no puede dejar de imaginar como otra cosa que no sea “caca espacial”. ¡A eso huele el espacio!
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