Érase una vez la fiesta del bautismo San Juan: del agua al fuego
Por:Wilson García Mérida
En la Europa cristiana la fiesta en honor a San Juan el Bautista cae en verano y todos celebran el acto bautismal de Cristo jugando con agua. La Navidad en cambio cae en invierno junto la nieve. En la América andina la cosa es al revés y eso produjo interesantes traumas festivos.
Por ello es que en Cochabamba, un frío editorial de “El Heraldo” publicado el 26 de junio de 1899, dos días después de la fiesta de San Juan, protestaba:
“Entre nuestras costumbres existe una que debiera ser abolida. Nos referimos a la de mojar a los transeúntes, en las calles y plazas, el día de San Juan. Este hábito, muy general y usado en nuestra plebe, casi siempre ocasiona graves quebrantos en la salud; y por ser incómodo y brutal manifiesta poca cultura en el país. Las diversiones, para ser aceptables, deben ser inofensivas y delicadas. No nos parece racional que el pueblo se divierta, por ejemplo, vaciando un cántaro de agua fría, en lo más crudo del invierno, sobre la calva probablemente acatarrada de un octogenario, so pretexto de celebrar la fiesta de San Juan. La Municipalidad debe prohibir esta costumbre, más propia de guarayos que de poblaciones cautas, imponiendo una multa fuerte a los infractores”.
Esta campaña, que reflejaba la búsqueda de nuevas formas de vida en que estaba empeñada la élite “ilustrada” de Cochabamba, bien emparentada con la “culta” Charcas de Sucre, tuvo efecto al año siguiente, cuando el Concejo Municipal prohibió terminantemente las mojazones callejeras que precedieron a las fogatas nocturnas.
Así, la fiesta de San Juan se convirtió en una celebración estrictamente nocturna, donde los juegos pirotécnicos y el tronar de cohetillos, alrededor de las fogatas comunitarias, hallaron un espacio cálido y natural. Este hecho incidió en el surgimiento de una importante industria artesanal —las fábricas de “cohetillos”—, que dinamizaron la economía en la zona de Caracota.
Un siglo después, el fuego de las fogatas, como antes al agua de los bautizos lúdicos, se convertirá en un enemigo público; ahora del ozono. San Juan es una de las fiestas más vulnerables del calendario católico.
Entretanto, el gusto popular por las mojazones no desapareció. Los juegos de agua —divertida manifestación del eros colectivo— fueron hallando, paulatina y triunfalmente, un lugar preponderante en las fiestas del Carnaval. Pero esa es otra historia.
llactacracia@yahoo.com
Por:Wilson García Mérida
En la Europa cristiana la fiesta en honor a San Juan el Bautista cae en verano y todos celebran el acto bautismal de Cristo jugando con agua. La Navidad en cambio cae en invierno junto la nieve. En la América andina la cosa es al revés y eso produjo interesantes traumas festivos.
Por ello es que en Cochabamba, un frío editorial de “El Heraldo” publicado el 26 de junio de 1899, dos días después de la fiesta de San Juan, protestaba:
“Entre nuestras costumbres existe una que debiera ser abolida. Nos referimos a la de mojar a los transeúntes, en las calles y plazas, el día de San Juan. Este hábito, muy general y usado en nuestra plebe, casi siempre ocasiona graves quebrantos en la salud; y por ser incómodo y brutal manifiesta poca cultura en el país. Las diversiones, para ser aceptables, deben ser inofensivas y delicadas. No nos parece racional que el pueblo se divierta, por ejemplo, vaciando un cántaro de agua fría, en lo más crudo del invierno, sobre la calva probablemente acatarrada de un octogenario, so pretexto de celebrar la fiesta de San Juan. La Municipalidad debe prohibir esta costumbre, más propia de guarayos que de poblaciones cautas, imponiendo una multa fuerte a los infractores”.
Esta campaña, que reflejaba la búsqueda de nuevas formas de vida en que estaba empeñada la élite “ilustrada” de Cochabamba, bien emparentada con la “culta” Charcas de Sucre, tuvo efecto al año siguiente, cuando el Concejo Municipal prohibió terminantemente las mojazones callejeras que precedieron a las fogatas nocturnas.
Así, la fiesta de San Juan se convirtió en una celebración estrictamente nocturna, donde los juegos pirotécnicos y el tronar de cohetillos, alrededor de las fogatas comunitarias, hallaron un espacio cálido y natural. Este hecho incidió en el surgimiento de una importante industria artesanal —las fábricas de “cohetillos”—, que dinamizaron la economía en la zona de Caracota.
Un siglo después, el fuego de las fogatas, como antes al agua de los bautizos lúdicos, se convertirá en un enemigo público; ahora del ozono. San Juan es una de las fiestas más vulnerables del calendario católico.
Entretanto, el gusto popular por las mojazones no desapareció. Los juegos de agua —divertida manifestación del eros colectivo— fueron hallando, paulatina y triunfalmente, un lugar preponderante en las fiestas del Carnaval. Pero esa es otra historia.
llactacracia@yahoo.com
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