El engrandecimiento de México
Por: José GONZALEZ TORRES
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16 de septiembre de 1997
Las Fiestas Patrias son la celebración de la independencia política de México, de su nacimiento como Estado soberano en el concierto internacional de los pueblos. Es el cumpleaños de México.
Ahora que realmente nuestra independencia se consumó el 27 de septiembre. El 16, que celebramos, fue el inicio, el arranque de la decisión de un grupo de mexicanos que se lanzaron a la empresa, pero siguieron mandando las autoridades españolas. No eramos aún independientes. El día 27 de septiembre fue la consumación, la efectividad de la independencia: el virrey O'Donojú reconoció el hecho y firmó el acta de independencia cesando en su ejercicio las autoridades españolas. Celebremos ambas fechas: del inicio y de la gloriosa terminación. Vale que ambas son en septiembre y que ya el gobierno, tras siglo y medio de obcecada negativa, ha reconocido -desde 1993- la auténtica acta de independencia y a Iturbide como consumador de la misma.
Cuando felicitamos a una persona por su cumpleaños le deseamos muchos días de éstos y muchas felicidades. Lo mismo hemos de desear a México: muchos años como Estado soberano y en medio de una conveniente prosperidad. La independencia se pierde porque algún vecino -poderoso- ocupa y domina al país. Y de los vecinos de México sólo EE.UU. es poderoso y con capacidad de dominarnos en un instante. ¡Nomás faltaba que nos dominaran Cuba, Belice o Guatemala! El peligro son los Estados Unidos.
Hace exactamente ciento cincuenta años -el 16 de septiembre de 1847- el ejército norteamericano, secundado por muchos malos mexicanos que debieron combatirlo, ocupó la ciudad de México, capital de la República, e izó en el Palacio Nacional, para vergüenza nuestra, su bandera de barras y estrellas, y sólo se retiró -dejando dolorosa huella de destrucción, bandidaje y humillaciones- cuando forzó al vencido a cederle la mitad norte del territorio mexicano, con más de dos millones de kilómetros cuadrados. Son fastos vergonzosos que deben servir para examen de conciencia y enmienda de la presente generación. ¡Ominoso sesquicentenario! No creo que Estados Unidos pretenda ahora dominar a México o "quitarle" otra vez la porción norte: Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas; no. Ya no le interesa territorio; ahora necesita mercados para sus productos. Y amarró el de México con el TLC gracias, otra vez, a malos mexicanos que se lo regalaron sin garantía alguna. Por eso son los embargos que "ellos", unilateralmente, decretan contra el atún, el jitomate, el ahuacate, etc., mexicanos; y en cambio sobreabundan en nuestro débil mercado los productos yanquis. Cuesta trabajo, por ejemplo, hallar manzana "criolla", mexicana; sólo hay manzana "Washington", y por el estilo.
Ahora pues, desear para nuestra Patria "muchas felicidades" debe comprometernos a esfuerzos muy serios y sostenidos para fomentar nuestra personalidad, nuestra identidad nacional y para contribuir a crear la prosperidad que dé a la patria la felicidad que le deseamos, y que consiste en dar felicidad a todos sus hijos.
Y el primer obligado en esta tarea es el gobierno, como responsable nato de la gestión del bien común nacional. No somos tan candorosos para confiar en su diligencia, eficacia, honradez y patriotismo, pero es su obligación y tenemos que exigirle su cumplimiento, porque además es irremplazable en la tarea. Ni con la mayor buena voluntad del mundo podríamos los particulares sustituirlo. Se necesita la organización gubernamental. Apremiándolo irá cediendo, a regañadientes... pero ya empieza a hacerlo. Y los miembros de oposición, que cada vez en mayor número acceden a los puestos públicos, deben dar cátedra, y cátedra solemne, de servicio al bien común. También a la oposición le falta mucho para "dar el ancho", pero también a ella hay que exigirle el cumplimiento de su deber, que además ha sido su bandera de campaña, mil veces reiterada al pueblo necesitado.
Mas independientemente de lo que haga el gobierno y sin perjuicio de exigirle a porfía que cumpla su deber, cada mexicano debe, en la medida de sus posibilidades, contribuir al bien común.
No se trata de aportaciones económicas que se hacen mediante el pago de impuestos -que ha de ser leal-, sino de las actividades y servicios propios de nuestra profesión y empleo que deben -por patriotismo- realizarse con diligencia, entusiasmo y perfección. Se trata de superar al "ai se va", el "a mí qué", el "me vale", tan característicos del temperamento mexicano y que hacen mediocre la producción nacional; se trata de inflamar el sentido de responsabilidad, de cooperación al bien social, de auténtico "patriotismo" que eleve a la patria a mayores alturas hasta colocarla entre las grandes.
Que el mundo intelectual investigue en serio y enseñe con eficiencia; y que el alumnado estudie también en serio y aprenda a raudales. Se dice que la Universidad Nacional es de decimoséptima categoría. ¿Por qué ha de ser tan mediocre si su antecesora la Real y Pontificia -aunque todavía haya quienes nieguen el parentesco- se codeaba con la de Salamanca y demás españolas, que eran de las más avanzadas de Europa en aquel entonces?
Que los terratenientes -en sentido lato-, sociedades agrícolas y pequeños propietarios cultiven la tierra con empeño y tecnología para arrancarle mayor producción en beneficio de ellos y provecho de toda la nación pues todos vivimos de los frutos de la tierra. En los países desarrollados, que usan tecnología adecuada, la tierra produce veinte toneladas de cualquier grano por hectárea, ¿por qué entre nosotros sólo rinde dos o tres? Sé que no es fácil, que la tecnología significa inversiones, que cuesta dinero, pero hay que gritar -y sostener el grito- que debe hacerse. Hay que exhortar a los mexicanos que mantienen sus capitales en el extranjero a que por patriotismo los traigan para que pueda financiarse a los agricultores mexicanos. Y los ejidatarios... ¡Qué decirles si dependen del gobierno! Que sean realmente refaccionados para que puedan contribuir a la producción para bien suyo y de la nación. Es poco, pero cuenta. Que produzcan para comer bien y algún excedente que vender a "los demás". Y así "grano a grano llena la gallina el buche", se acrecienta la producción.
Al sector industrial hay que pedirle lo mismo, mayor producción y de mejor calidad para que resulte "exportable" y contribuya a competir en el mercado exterior para nivelación de la balanza de pagos y fortalecimiento del peso y de la economía nacional. Para los industriales en eso consiste el patriotismo.
El sector servicios tiene la misma responsabilidad, máxime que es el de más porvenir. En agricultura e industria la máquina desplaza al hombre que ha de refugiarse en los servicios. Estos, por razón natural, tienden a diversificarse para acoger a trabajadores en número siempre creciente.
Las felicidades de México, que le deseamos en su cumpleaños, consiste en eso: trabajo esforzado, sostenido, calificado que dé empleo a todos los mexicanos, justo pago por su trabajo, abundancia de producción para un decoroso nivel de vida interno, y exportación que balancee la economía nacional.
"El que hambre tiene en tortillas piensa". Viendo la lotería de cuarenta millones de pesos, a veces pienso que debería haber también lotería de buenos gobiernos. Pero no, el buen gobierno es fruto del esfuerzo humano. Y está bien que así sea. El proverbio "Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen" es rigurosamente exacto. Tenemos que merecerlo mediante nuestro trabajo y civismo.
Por: José GONZALEZ TORRES
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16 de septiembre de 1997
Las Fiestas Patrias son la celebración de la independencia política de México, de su nacimiento como Estado soberano en el concierto internacional de los pueblos. Es el cumpleaños de México.
Ahora que realmente nuestra independencia se consumó el 27 de septiembre. El 16, que celebramos, fue el inicio, el arranque de la decisión de un grupo de mexicanos que se lanzaron a la empresa, pero siguieron mandando las autoridades españolas. No eramos aún independientes. El día 27 de septiembre fue la consumación, la efectividad de la independencia: el virrey O'Donojú reconoció el hecho y firmó el acta de independencia cesando en su ejercicio las autoridades españolas. Celebremos ambas fechas: del inicio y de la gloriosa terminación. Vale que ambas son en septiembre y que ya el gobierno, tras siglo y medio de obcecada negativa, ha reconocido -desde 1993- la auténtica acta de independencia y a Iturbide como consumador de la misma.
Cuando felicitamos a una persona por su cumpleaños le deseamos muchos días de éstos y muchas felicidades. Lo mismo hemos de desear a México: muchos años como Estado soberano y en medio de una conveniente prosperidad. La independencia se pierde porque algún vecino -poderoso- ocupa y domina al país. Y de los vecinos de México sólo EE.UU. es poderoso y con capacidad de dominarnos en un instante. ¡Nomás faltaba que nos dominaran Cuba, Belice o Guatemala! El peligro son los Estados Unidos.
Hace exactamente ciento cincuenta años -el 16 de septiembre de 1847- el ejército norteamericano, secundado por muchos malos mexicanos que debieron combatirlo, ocupó la ciudad de México, capital de la República, e izó en el Palacio Nacional, para vergüenza nuestra, su bandera de barras y estrellas, y sólo se retiró -dejando dolorosa huella de destrucción, bandidaje y humillaciones- cuando forzó al vencido a cederle la mitad norte del territorio mexicano, con más de dos millones de kilómetros cuadrados. Son fastos vergonzosos que deben servir para examen de conciencia y enmienda de la presente generación. ¡Ominoso sesquicentenario! No creo que Estados Unidos pretenda ahora dominar a México o "quitarle" otra vez la porción norte: Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas; no. Ya no le interesa territorio; ahora necesita mercados para sus productos. Y amarró el de México con el TLC gracias, otra vez, a malos mexicanos que se lo regalaron sin garantía alguna. Por eso son los embargos que "ellos", unilateralmente, decretan contra el atún, el jitomate, el ahuacate, etc., mexicanos; y en cambio sobreabundan en nuestro débil mercado los productos yanquis. Cuesta trabajo, por ejemplo, hallar manzana "criolla", mexicana; sólo hay manzana "Washington", y por el estilo.
Ahora pues, desear para nuestra Patria "muchas felicidades" debe comprometernos a esfuerzos muy serios y sostenidos para fomentar nuestra personalidad, nuestra identidad nacional y para contribuir a crear la prosperidad que dé a la patria la felicidad que le deseamos, y que consiste en dar felicidad a todos sus hijos.
Y el primer obligado en esta tarea es el gobierno, como responsable nato de la gestión del bien común nacional. No somos tan candorosos para confiar en su diligencia, eficacia, honradez y patriotismo, pero es su obligación y tenemos que exigirle su cumplimiento, porque además es irremplazable en la tarea. Ni con la mayor buena voluntad del mundo podríamos los particulares sustituirlo. Se necesita la organización gubernamental. Apremiándolo irá cediendo, a regañadientes... pero ya empieza a hacerlo. Y los miembros de oposición, que cada vez en mayor número acceden a los puestos públicos, deben dar cátedra, y cátedra solemne, de servicio al bien común. También a la oposición le falta mucho para "dar el ancho", pero también a ella hay que exigirle el cumplimiento de su deber, que además ha sido su bandera de campaña, mil veces reiterada al pueblo necesitado.
Mas independientemente de lo que haga el gobierno y sin perjuicio de exigirle a porfía que cumpla su deber, cada mexicano debe, en la medida de sus posibilidades, contribuir al bien común.
No se trata de aportaciones económicas que se hacen mediante el pago de impuestos -que ha de ser leal-, sino de las actividades y servicios propios de nuestra profesión y empleo que deben -por patriotismo- realizarse con diligencia, entusiasmo y perfección. Se trata de superar al "ai se va", el "a mí qué", el "me vale", tan característicos del temperamento mexicano y que hacen mediocre la producción nacional; se trata de inflamar el sentido de responsabilidad, de cooperación al bien social, de auténtico "patriotismo" que eleve a la patria a mayores alturas hasta colocarla entre las grandes.
Que el mundo intelectual investigue en serio y enseñe con eficiencia; y que el alumnado estudie también en serio y aprenda a raudales. Se dice que la Universidad Nacional es de decimoséptima categoría. ¿Por qué ha de ser tan mediocre si su antecesora la Real y Pontificia -aunque todavía haya quienes nieguen el parentesco- se codeaba con la de Salamanca y demás españolas, que eran de las más avanzadas de Europa en aquel entonces?
Que los terratenientes -en sentido lato-, sociedades agrícolas y pequeños propietarios cultiven la tierra con empeño y tecnología para arrancarle mayor producción en beneficio de ellos y provecho de toda la nación pues todos vivimos de los frutos de la tierra. En los países desarrollados, que usan tecnología adecuada, la tierra produce veinte toneladas de cualquier grano por hectárea, ¿por qué entre nosotros sólo rinde dos o tres? Sé que no es fácil, que la tecnología significa inversiones, que cuesta dinero, pero hay que gritar -y sostener el grito- que debe hacerse. Hay que exhortar a los mexicanos que mantienen sus capitales en el extranjero a que por patriotismo los traigan para que pueda financiarse a los agricultores mexicanos. Y los ejidatarios... ¡Qué decirles si dependen del gobierno! Que sean realmente refaccionados para que puedan contribuir a la producción para bien suyo y de la nación. Es poco, pero cuenta. Que produzcan para comer bien y algún excedente que vender a "los demás". Y así "grano a grano llena la gallina el buche", se acrecienta la producción.
Al sector industrial hay que pedirle lo mismo, mayor producción y de mejor calidad para que resulte "exportable" y contribuya a competir en el mercado exterior para nivelación de la balanza de pagos y fortalecimiento del peso y de la economía nacional. Para los industriales en eso consiste el patriotismo.
El sector servicios tiene la misma responsabilidad, máxime que es el de más porvenir. En agricultura e industria la máquina desplaza al hombre que ha de refugiarse en los servicios. Estos, por razón natural, tienden a diversificarse para acoger a trabajadores en número siempre creciente.
Las felicidades de México, que le deseamos en su cumpleaños, consiste en eso: trabajo esforzado, sostenido, calificado que dé empleo a todos los mexicanos, justo pago por su trabajo, abundancia de producción para un decoroso nivel de vida interno, y exportación que balancee la economía nacional.
"El que hambre tiene en tortillas piensa". Viendo la lotería de cuarenta millones de pesos, a veces pienso que debería haber también lotería de buenos gobiernos. Pero no, el buen gobierno es fruto del esfuerzo humano. Y está bien que así sea. El proverbio "Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen" es rigurosamente exacto. Tenemos que merecerlo mediante nuestro trabajo y civismo.
Felicidades a México y a cada uno de los mexicanos.- J.G.T.- México, D.F., septiembre de 1997.
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